Reuters |
En los últimos
días han circulado bellas y terribles imágenes de las mujeres que participan en primera
fila en el movimiento político en Turquía (que dicho sea de paso está pasando por
un momento crítico entre la represión y la resistencia).
Y cuando digo
bellas no me refiero al gastado cliché de la belleza femenina, sino a la simple
belleza de una imagen en donde una mujer bien plantada en sus pies se
manifiesta políticamente y enfrenta la brutal represión policíaca, lo que a su
vez las hace terribles.
La participación de estas mujeres es notable si consideramos que en Turquía, aunque gobernada por una democracia laica, los partidos con mayor peso en la política institucional son de orientación islamita. La realidad de las mujeres turcas varía según su generación, clase social y religión, pero de manera general podría decirse que viven en un país con ideas y actitudes conservadoras respecto de las mujeres, donde los crímenes de honor y la discriminación son parte del panorama cotidiano.
AP |
Lo que resulta necesario
reflexionar es que visibilizar la participación de las mujeres en las protestas
turcas ha sido posible gracias a la tecnología de registro de imagen y voz a
las que hoy tenemos acceso y a la transmisión vía Internet de esta información.
Más importante aún, ha sido posible porque décadas de feminismo se decantan en
la posibilidad de celebrar este hecho en vez de censurarlo.
Esto que hoy
vemos en Turquía es algo de lo que nos hemos perdido en décadas anteriores: el reconocimiento
y el registro amplio de la participación de las mujeres en los movimientos
políticos alrededor del mundo.
Sólo a partir del
nacimiento y desarrollo de la microhistoria se comenzó a reconocer y
visibilizar que las mujeres han formado parte de la construcción de todas las
sociedades en todas las épocas del mundo. Este hecho ha sido y aún continúa
siendo pasado por alto no sólo en la manera de registrar la historia, sino en
la manera de transmitirla, aprehenderla y reproducirla.
Y me refiero no
sólo a las mujeres extraordinarias que en momentos extraordinarios hicieron cosas
notables, sino a las que inmersas en los actos cotidianos de todos los días
participaron en la formación y reproducción de las sociedades.
Lo anterior
implica no sólo que la presencia de las mujeres en la gran historia y en la
historia cotidiana ha estado siempre aunque no haya sido reconocida, sino que
su trabajo tampoco ha sido nombrado o visibilizado de manera suficiente.
Considero importante
que cada una de nosotras comencemos a comprender la historia desde otra
perspectiva y veamos la presencia y la participación de las mujeres ahí
donde parece no existir, tanto en el pasado como en el día a día.
Creo que Mi historia de las mujeres, de Michelle Perrot
es un libro que puede ponernos en el camino de esta tarea que apenas empieza.
Hasta la próxima.
AFP |
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