Hace un par de días mi Profesor de Teoría
Política Contemporánea me preguntó si había dado seguimiento al caso Góngora
Pimentel y comentó con sorpresa que ninguna prominente feminista o grupo de
feministas hubiera alzado la voz de manera notoria para mostrar su reprobación
pública.
Yo le di una respuesta vaga: sí, sé de lo que
me hablas; sí, es terrible; no, en realidad no sé que alguien haya dicho algo; sí,
tal vez porque se decía que el personaje era progre y aliado de la izquierda; no sé, supongo
que lidiamos con mucha mierda cada día, quizás por eso…
Pero la pregunta me incomodó. Y mucho. ¿Por
qué nos quedamos calladas? Y sí, claro, no es asunto sólo de mujeres, tampoco supe
que otros, feministas, defensores de derechos humanos, anexos o conexos dijeran
mayor cosa. Pero ¿por qué nos quedamos calladas? Nosotras, ¿por qué?
El caso Góngora Pimentel fue dado a conocer en el noticiero de Carmen Aristegui. En resumen, este
ahora ex ministro mexicano y ex presidente de la Suprema Corte de Justicia de la
Nación (SCJN) se negó a pagar pensión alimenticia a sus hijos y para eludir el
proceso acusó de fraude a la madre, ella fue encarcelada y finalmente él pidió
la custodia de los hijos.
Este señor hizo uso del poder y las influencias
que le daban su cargo para resolver sus necesidades personales. ¿Ella necesita empleo?, por qué
no, que trabaje conmigo. ¿Ella pide pensión para los hijos, pero no quiero
pagarla?, por qué no, que los jueces sean benévolos conmigo. ¿Ella se volvió un
dolor de cabeza?, por qué no, la acuso de fraude y hago que el sistema de “justicia”
trabaje de manera extraordinariamente expedita a mi favor. ¿Qué los niños
tienen necesidades no cubiertas?, no, ni tanto, al cabo que son autistas y
pobres, y si obtengo su custodia mejor, así no pago un quinto. Etcétera. Y cuando
la cloaca se destapa cínicamente pide una disculpa a su pareja y jura que no hubo tráfico de influencias.
No soy abogada, pero creo que aquí se han
cometido varios delitos.
¿Dónde debería empezar la indignación pública?
¿En el punto en el que empleó a su pareja en la SCJN, contraviniendo la
normatividad interna? ¿Cuándo usó sus influencias para rehuir sus
responsabilidades como padre? ¿O cuando se vengó de ella y la encarceló?
La cosa es que la indignación no ha empezado.
No sé si es porque estamos acostumbradas y resignadas a la corrupción de los
funcionarios, o si porque, a final de cuentas, ante nuestros ojos no es un caso
de violencia contra una mujer y sus hijos sino una simple disputa doméstica,
así como los asesinatos de mujeres a manos de sus parejas son crímenes
pasionales, nada de feminicidios ni nada de eso. Eso debe ser, que las
feministas también vemos la vida con esos lentes.
Bien
puede ser que la indignación esté en el congelador porque Góngora
Pimentel fue, durante su ejercicio, una especie de jurista progre aliado de la izquierda
y digo una especie porque si se revisa con detenimiento los casos en que
intervino, quedó mucho a deber si de justicia social se trata.
Tal vez el punto crítico con las feministas es
que votó a favor de la despenalización del aborto en la Ciudad de México. Pero
nos recuerdo que eso no fue un favor, es nuestro derecho. Se puede reconocer su
actuación, pero eso no debiera eximirlo de que miremos con ojos críticos su
actuación usando recursos de servidor público en contra de una mujer y de sus
hijos.
Y este caso me recuerda otro, donde también
las prominentes feministas guardaron silencio. Me refiero al asesinato de CécileDenise Acosta Reynaud en la India en 2012.
El acusado del delito es Martín Manrique Mansour, su ex pareja. Sé, por boca de
una activista, que académicas de la UNAM se negaron a firmar una
carta en donde se pedía justicia para Cécile. No quisiera pensar que este hecho
fue motivado porque él es hijo de dos personajes importantes de esta
institución: Mónica Mansour y Jorge Alberto Manrique. Sé que uno de los
argumentos esgrimidos es que esta muerte no podía considerarse feminicidio sino
un caso de violencia de pareja, así, en corto, entre particulares, en privado.
Me pregunto cuándo lo personal dejó de ser político. Podemos debatir teóricamente cuanto queramos sobre lo que es o
no un feminicidio, pero en mi opinión se requería llamar la atención sobre el
caso y demandar justicia para Cécile y su familia. En cambio por Martín Manrique
sí que hubo académicas que pidieron garantías.
Me pregunto por qué también nos quedamos
calladas en el caso de Cécile. O más correctamente, ¿por qué se quedaron
calladas aquellas cuya voz se oye alto y fuerte? ¿Porque los Manrique Mansour
son académicos importantes? ¿Porque son de izquierda? ¿Porque es imposible
concebir que alguien como Martín Manrique sea el probable responsable? ¿Porque es
un “asunto doméstico”, como el de Góngora Pimentel?
Y así camaradas, amigas mías, hermanas de la
vida, así se tejen los silencios cómplices. Porque andamos de puntitas por la
vida. Porque creemos que los hombres nos hacen favores cuando actúan como es
correcto. Porque anteponemos los pactos políticos o de clase antes que los de
justicia para las mujeres.
Para finalizar sólo quiero decir que ahí donde
nos callamos, cada vez que nos callamos, no hacemos más que alimentar el statu
quo de la violencia y la injusticia.
Hasta la próxima.
No hay comentarios:
Publicar un comentario