martes, 18 de junio de 2013

Lo que tienen en común Chiconautla y la página tres


I. 

Hace unos días el semanario emeequis publicó un reportaje sobre cuatro chicas desaparecidas en Santa María Chiconautla (pueblo ubicado en los límites entre Ecatepec y Acolman, Estado de México): Lucía Joselín Robles, Jennifer Velazquez, Bianca Edith Barrón y Abril Selene Caldiño.

El texto da cuenta de cómo las desapariciones de estas jóvenes mujeres están vinculadas entre sí y cómo, una vez más, las autoridades del Estado de México han sido indolentes en el establecimiento de un protocolo efectivo de investigación y de un programa de prevención. Más aún, se muestra la renuencia cómplice a declarar alerta de género a pesar de los feminicidios  actuales y los acumulados durante los años de gobierno de Peña Nieto.

La información hasta ahora conocida y las declaraciones de un supuesto secuestrador que fue prácticamente linchado por gente del lugar (y luego dejado libre por la policía) hace sospechar a las familias de estas jóvenes y a organizaciones de la sociedad civil que detrás de todo esto se encuentra la trata de personas con fines de explotación sexual.  

Trata de personas con fines de explotación sexual. Trata. De personas. Con fines de explotación sexual. Explotación sexual.


II. 

La costumbre de poner en la página tres de algunos periódicos a una mujer desnuda o semidesnuda data de 1970, cuando el periódico británico Sun publicó su primera Page Three. En diferentes países y distintas épocas periódicos de otras latitudes comenzaron a imitarla. En México, Ovaciones de la tarde con “La 3” y en años más recientes periódicos como El Metro y el Gráfico en su última página.

No voy a escribir aquí una disertación sobre la pornografía. Sólo diré que la imagen de mujeres desnudas o semidesnudas en los periódicos son una reproducción más de los significados implícitos: cuerpos de mujeres como objetos sexuales que están disponibles para su consumo como mercancía. La misma ecuación que en un table dance y que en la prostitución

Ahora bien, para dar cabida a la plausibilidad de los argumentos de quienes pugnan por legalizar el comercio sexual, digamos que una parte de las mujeres que se prostituyen lo hacen porque así lo decidieron y porque lo consideran un modo legítimo de vida, que nadie las obliga y que reciben directa y completamente el usufructo de su trabajo. Pero otra parte de las mujeres en el comercio sexual no lo hacen en libertad sino en contra de su voluntad, y aquí el grado de sujeción varía desde aquella mujer que se siente obligada a hacerlo porque por ahora no cuenta con otros medios o posibilidades para subsistir, hasta la mujer que ha sido secuestrada, traficada y explotada con fines sexuales.

III. 

Yo, después de leer el reportaje de emeequis, en mis febriles noches de temor, dolor y consecuente furia, he ido atando cabos y creo firmemente que entre la página tres de un diario y el secuestro de una joven con fines de explotación sexual hay en común la tolerancia, la normalización y el fomento de la cosificación sexual de las mujeres. Si la página tres sigue existiendo, es porque hay un mercado que la consume. Si la explotación sexual existe es porque hay quien la consume, a sabiendas o no de que la mujer en cuestión es forzada.

Así, pienso que la próxima vez que alguien consuma una mujer cosificada en periódicos, revistas, Internet, clubs de table dance, prostíbulos, casas de citas o banquetas, no le haría mal detenerse a pensar que esta industria de la vagina (como le llama Sheila Jeffreys) que muestra tetas y culos esconde una cara siniestra y que en el fondo de la pirámide, cuya cúspide ocupan las páginas tres del mundo, están las mujeres que son explotadas sexualmente.

Aunque reconozco que puede ser más ampliamente documentada y más profundamente argumentada, esta es mi opinión, que quería compartir con ustedes antes de que la barbarie cotidiana acabara de comerse mi tristeza y mi rabia.

Hasta la próxima.


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