A una semana del Día Internacional contra la homofobia y la transfobia -el cual se conmemora el 17 de mayo- hay que detenerse por un momento a reflexionar cómo seguimos reproduciendo conductas de intolerancia y odio.
Cada mañana nos arropamos con la homofobia, utilizando una gran variedad de adjetivos, a veces muy “creativos”, como: “¡Qué puto!”, “Ese wey cacha granizo con la izquierda”, “Viejas tortilleras”…
Aunque no se tenga clara la intención de agredir, a través de risas o silencios se validan estos comentarios. Hay que ser concientes de que la homofobia es una expresión más de la
misoginia, pues tiene sus raíces en el nivel simbólico, en donde lo masculino
se encuentra por encima de lo femenino.
Lydia Cacho señala la homofobia como “la aversión a quienes no se apegan al mandato heterosexual impuesto por el dominio patriarcal, a veces con saña que llega a ser tan sanguinaria como la violencia contra las mujeres”.[1] Para Guillermo Núñez “no es el odio a la 'homosexualidad' y los 'homosexuales'. La homofobia es el temor, la ansiedad, el miedo al homoerótismo, hacia el deseo y el placer erótico con personas del mismo sexo. (…) es la práctica, socialmente regulada y avalada de expresar ese miedo y ansiedad con violencias; una ansiedad que previamente ha sido creada en un proceso de socialización. (…) Es una práctica institucionalizada que consiste en violentar la vida de los demás, en violentar nuestras capacidades y potencialidades humanas. Tenemos miedo a amar a nuestros semejantes”[2].
Lydia Cacho señala la homofobia como “la aversión a quienes no se apegan al mandato heterosexual impuesto por el dominio patriarcal, a veces con saña que llega a ser tan sanguinaria como la violencia contra las mujeres”.[1] Para Guillermo Núñez “no es el odio a la 'homosexualidad' y los 'homosexuales'. La homofobia es el temor, la ansiedad, el miedo al homoerótismo, hacia el deseo y el placer erótico con personas del mismo sexo. (…) es la práctica, socialmente regulada y avalada de expresar ese miedo y ansiedad con violencias; una ansiedad que previamente ha sido creada en un proceso de socialización. (…) Es una práctica institucionalizada que consiste en violentar la vida de los demás, en violentar nuestras capacidades y potencialidades humanas. Tenemos miedo a amar a nuestros semejantes”[2].
Por tanto es necesario cuestionarse ¿Por qué nos mueve tanto?, ¿por qué nos vuelve capaces de violentar?
No hay comentarios:
Publicar un comentario